YO ROBOT

 

¿Habéis visto esa película? Pues yo sí, no me acuerdo mucho, pero es algo así, como que programan a los robots como sus creadores quieren que sean, y al final un robot, se descarría, y ni programa ni leches, siente y decide lo que quiere y no quiere hacer.

Vale, pues así me siento yo a veces, pienso que tengo un microchip en el cerebro donde se puso la información de cómo debo de ser y hacer las cosas, pero yo lucho como una loca contra ese microchip desde que tengo uso de razón.

En él se puso la información de “eres mujer, tu cometido es atender al hombre, cuidar de tus padres cuando sean mayores, y obedecer en todo lo que se te exija”.

Mientras no tienes uso de razón suficiente, dejas que ese microchip haga su labor, y tu simplemente creces pensando que eso es lo que ha tocado. Pero a su vez, eres consciente que algo en ti, te dice que ese microchip está defectuoso y que no va contigo.

Entonces es cuando empiezas a plantarle cara, pero, obviamente, lo haces poco a poco y con más miedo que vergüenza.

En realidad, volvemos al asunto de saber decir NO, si estas programada para decir SÍ, porque en tu microchip del cerebro es lo que se te insertó, resulta que decir NO, es más difícil que para el resto de la humanidad, para aquellos a quienes no se les dibujó el mapa de su futuro, porque, básicamente, nacieron con pene entre las piernas.

Por eso, digo que no, claro que lo hago, pero mi conciencia me hace pagar factura, porque soy el robot descarriado que intenta hacer lo que le da la gana, lo que siente, sin hacer caso al programa instalado en su cerebro, pero el microchip está, y hace su función muy bien, y luchar contra él a veces no es fácil.

 

El otro día mi hija de 9 años me preguntaba “¿por qué es mejor ser hombre que ser mujer? Y yo la dije “ni mejor ni peor, es distinto” y ella me dijo “pero tú siempre dices que en la siguiente vida serás hombre” (estas son las cosas que digo en voz alta en mis cabreos, cuando mi cabeza me engaña diciendo “desahógate que estas sola” pero yo nunca estoy sola, siempre están esas dos enanitas bellas a mi alrededor, que, aunque parece que están a su rollo, están al mío).

¿Qué le contesté? Pues le mentí, le dije que son cosas que digo en mis cabreos pero que, en realidad, ser mujer es maravilloso. Pero se me olvidó que mi hija va siempre por delante de mí, y tal cual le dije eso ella contestó:

“pues yo no creo que sea maravilloso ser mujer, te veo a ti y digo, ¡Jo, no es justo!, tú siempre que estas en casa estas limpiando,  al final trabajas fuera de casa y también dentro, tú estas una semana al mes echando sangre por el chichi (aún le llama así) y encima sufriste muchos dolores para traernos al mundo, el colmo es que papá puede beber un montón y tu bebiendo lo mismo si te para la guardia civil conduciendo  das positivo y él no porque tiene más cuerpo que tú (esto último ni idea de donde lo habrá sacado, supongo que de alguna conversación en la que tuviera la parabólica conectada). Así que, mamá, no me mientas, ser mujer no es maravilloso”

Me quedé con la boca abierta, porque precisamente a mi lo de ser mujer, no me ha hecho ningún favor.

Pero por supuesto no voy a contarle a mi hija todas las desavenencias que he tenido que vivir por ser mujer, porque por suerte para ella, no son cosas que la influyan y de eso me encargaré yo. Pero si fui consciente de que si una niña de 10 años, sin apenas información de la vida saca esas conclusiones, es probable que mis desavenencias se me estén yendo de las manos, (quizá hablo demasiado en voz alta).

Volviendo al robot. No creo ser la única que se siente así, creo que la mayoría de las personas somos robots, que hacemos y actuamos como el micro chip nos dicta.

Trabaja, échate pareja estable, cómprate un piso, cásate, ten hijos, y no pienses en nada más. Pero en el fondo, todos queremos luchar por ser el robot descarriado que al final, consigue ser quien quiere ser, quien se siente ser, y quien busca la diferencia.

 

Cuando yo nací, fue algo premeditado para mi futuro, mis padres necesitaban tener una hija, después de 3 hijos varones, porque ellos pensaban que se necesita tener una hija para que ayude en casa y para que cuide de sus padres cuando estos sean mayores.

Y así fue, mi hermano y yo llegábamos del cole al mediodía y antes de comer para volver de nuevo a las clases, yo me tenía que quedar en casa limpiando mientras mi hermano bajaba a la calle a jugar al futbol. Cuando crecí, mis hermanos podían salir, pero yo no, yo tenía que estar en casa pronto, porque era una chica. Y así mil cosas que necesitaría cuarenta entradas en este blog para resumir.

Pero les salió rana, porque yo fui, soy y seré siempre ese robot descarriado.

 

Ahora, sigo siendo ese robot, sí, lucho contra lo que veo que es lo normal en todo el mundo y que yo me niego a hacer. Pero a veces, es imposible.

Al igual que en mi familia, por más que intento luchar, siempre acabo cediendo en algo, pasa con el resto de mi día a día.

Por poner un ejemplo, las madres de hoy en día han de ser súper madres, que les guste o no, hacen de ser madre, una competición.

 

Es fácil plantarse en algo como que no hago manualidades que los profesores les mandan a mis hijas porque creo que deben hacerlas ellas, y no yo, que yo ya fui al colegio, “yo fui a EGB”.

Pero cuando ves que el resto de madres lo hacen, dices “joder, o me adapto, o mis hijas pagaran las consecuencias”.

Me explico mejor.

Cuando mi hija mayor, que ahora tiene 10 años, tenía 6, nos pidieron “colaboración a los papis” para hacer un edificio de manualidad que se colocaría dentro de la gran ciudad que estaban construyendo en el cole.

Bien, mi hija y yo hicimos lo que pudimos, un cartón de leche forrado con papel cebolla y dibujamos ventanas y puertas, ¡Que chulo nos quedó! O eso creía yo.

Cuando mi hija vino del cole, casi lloraba, decía que había pasado vergüenza al ver lo que ella entregó y lo que entregaron los demás. “No será para tanto” pensé yo.

¡Madre del amor hermoso! Cuando fui a ver aquella ciudad, y los edificios que el resto de papis habían presentado, casi me da un sincope, apunto estuve de coger a mi hija de la mano y decir “hija, disimula, y vámonos sin que nadie nos vea”.

Había manualidades que ni arquitectos licenciados hubieran presentado en su fin de carrera.

Coño, a escala eran algunos.

Un chalet independiente con su valla y todo, caseta del perro incluida.

Un edifico de oficinas que podías ver a las secretarias escribiendo en sus mesas si te acercabas a las ventanitas.

Una urbanización de cinco portales con piscina comunitaria y, ojo, conserje incluido de plastilina.

Y así mil.

Así que, desde entonces, cuando me piden “colaboración” hay veces que me niego (porque sale el “yo robot” que llevo dentro) y otras que me vuelvo loca para que la puñetera manualidad salga lo más decente posible.

Así que, esto, solo quiere decir, que por más que intentes luchar contra lo que no te gusta o no quieres, al final, cedes, porque esta sociedad nos hace seguir un patrón y un camino, que nos guste o no, está dentro del que hemos elegido.

Y, cuando decides luchar contra él, otros, salen perjudicados.

 

Si no quiero ser quien cuide de mis padres, ¿Quién lo hace? ¿mis hermanos a los que no se les implantó ese chip en el cerebro? No, así que, consecuencia, padres abandonados.

Si no me implico en las manualidades del cole, ¿Quién lo paga?, mis hijas, y yo no quiero eso, así que, venga manualidades.

Si eres un “yo robot” eres de las mías, pero he de decir que de poco sirve, el chip implantado tiene más fuerza, o no, depende.

Suerte en la búsqueda de vuestro “yo”.

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