UN RELATO LARGO
EL RINCON DE LOS SUEÑOS
En un pequeño pueblo de Madrid, de cuyo nombre no quiero
acordarme, bueno sí quiero, pero es tan difícil de pronunciar que mejor lo
dejamos en que se llamaba “Allí”. Un grupo de padres acudía a buscar a sus
hijos al colegio, bueno hijas. Eran cuatro, tres madres y un padre, era el
único hombre del grupo que habitualmente iba a buscar a su hija, ya que su
mujer trabajaba en turno de tarde, bueno, no me enrollo, esto no es relevante,
el caso es que los cuatro acudían siempre juntos a buscar a los niños, ya que vivían
en calles contiguas y coincidían caminando a escasos metros de la puerta del
colegio.
Pero ese día, mientras conversaban sobre sus cosas, banales
y sin importancia, del tipo, “¿qué tal el trabajo?” “Bien, no me quejo, pero
siempre corriendo para llegar al colegio, y ahora la lucha de cada día, parque,
baño, cena…en fin ¿Tu qué tal?”
- ¡Mamá otra vez te enrollas!
-Sí, sí, hijo, perdona, ya sigo.
Como decía, mientras conversaban de sus cosas sin
importancia, de repente, cayeron en la cuenta de que todos los niños habían salido,
pero sus cuatro hijas no. Empezaron a mirar a su alrededor, y también atrás, y
a la entrada de la puerta del edificio. Pero no veían nada. Miraban el reloj,
pensaban que había pasado demasiado tiempo, ya deberían de haber salido.
Una de las madres decidió acercarse a la puerta principal,
allí estaban los profesores de los más pequeños, y le preguntó a uno de ellos,
en concreto a la única profesora que aún quedaba entregando al último niño.
-Hola, disculpe, es que hay cuatro niñas de 5º de primaria
que aún no han salido, y es raro, porque ya casi ha salido todo el mundo.
-De acuerdo, dígame sus nombres y voy a preguntar.
-Son de 5º A, Esther García, Vanesa Hernández, Noelia Pérez y
Beatriz Marín. Muchas gracias.
Esa profesora se apuntó los nombres en un papel y se fue
dentro del edificio.
Al cabo de más de media hora, los padres que estaban
esperando, parecían perder la calma, se movían nerviosos de un lado a otro, sin
saber qué hacer. De repente esa profesora, la que se llevó los nombres
apuntados en un papel, salió acompañada de la profesora de las cuatro niñas. Se
acercaron al lugar donde estaban los padres.
-Hola, disculpen la tardanza. Hemos estado buscado a las
niñas por las clases, y también por los cuartos de baño, hemos dejado al
conserje y a la directora buscado en la biblioteca y en la sala de comedor. De
momento no aparecen, pero lo extraño es que las vi coger sus mochilas, y bajar
las escaleras, como a todos los demás, ¿Están seguros de que no salieron por la
puerta? Quizá se despistaron charlando las cuatro y llegaron hasta sus casas.
-No, eso es imposible, ellas jamás se van solas a casa,
además, tendrían que haber pasado por delante de nosotros, las tendríamos que
haber visto-Contestó otra de las mamas.
- ¡Dios mío! Deberíamos llamar a la policía- Dijo otra madre
muy asustada.
-Bueno, vamos a seguir buscando, cerraremos las puertas del
colegio y buscaremos por dentro, nos repartiremos, y si después de buscar bien
no aparecen, por supuesto que llamaremos a la policía- propuso el único padre
del grupo.
-Buena idea- dijo la profesora- seguro que solo es una
chiquillada.
Mientras tanto, una de las madres había llamado con su
teléfono móvil a su casa, por si acaso la niña se había dirigido allí. Pero no,
nadie contestó el teléfono.
En Allí, todos se conocían, así que, el padre que tuvo la
idea dejo un wasap a un amigo, para que tuviera en cuenta lo que estaba pasando
y si las veía que le llamara.
Cerraron las puertas exteriores del colegio, la valla,
vamos. Y después entraron dentro del edificio, y también cerraron las puertas
con llave, por si acaso las niñas les estaban gastando una broma y querían
escapar mientras ellos buscaban por otro lado.
Apareció el conserje con la directora. Venían de buscar en
la biblioteca, donde tampoco hubo suerte. Así que, los cuatro padres, las dos
profesoras y la directora se dirigieron al salón del comedor. Mientras iban
caminando, el conserje les explicó, que ya había pillado en más de una ocasión
a las cuatro niñas escondidas en el comedor, en horario del recreo, o incluso,
en horario de clase. Los padres maldecían internamente, se iban a preparar
cuando las cogieran. Aunque ahora lo verdaderamente importante era
encontrarlas.
Cuando llegaron comedor e intentaron abrir la puerta, estaba
cerrada. A la directora le pareció muy extraño.
-Seguro que las niñas están ahí, se han quedado encerradas-
dijo una madre.
-Pero esta puerta no tiene cerradura, ni llave alguna, ¿Cómo
puede estar atrancada? - preguntó la directora con mucho asombro.
-Tiremos la puerta abajo- propuso una de las madres.
-No por favor, vamos a intentar abrirla de algún modo un
poco más civilizado- dijo la directora.
-Claro, no es ninguno de sus hijos quien está encerrado ahí
dentro. - protestó otra madre.
-Oiga, los niños de este colegio me importan como si fueran
los míos propios, además, no sabemos si están ahí dentro.
-Venga, tranquilizarse, por favor, perdiendo los nervios no
solucionamos nada- dijo el padre, que parecía ser el que más controlados tenia
los nervios. Claro que por algo es un hombre. ¡Ejem!, perdón, sigo hijo.
Finalmente, consiguieron abrir la puerta- aquí es cuando
pongo voz de misterio, ¿Te parece?
-Sí, venga mama, que lo estabas haciendo muy bien.
Cuando la puerta se abrió, era imposible ver nada al otro
lado, ya que una luz enorme les cegaba completamente, tuvieron que poner las
manos en los ojos, como cuando intentas mirar al sol sin gafas de sol.
Se oía a una de las madres, asustada, que gritaba –¡Dios mío
¿qué es esto?!- pero todos estaban parados en la puerta, nadie avanzaba.
-Tenemos que entrar, sea lo que sea lo que está ocurriendo
nuestras hijas están ahí- Dijo otra madre casi llorando.
-Espera, mira lo que hay aquí en el suelo, ¿alguien lo
reconoce?
El padre cogió del suelo una cuerda color morada con algo
colgando de ella, muy pequeño, era como un muñeco de madera, diminuto, de esos
que solo tenían el cuerpo y la cabeza, esos que se llamaban antiguamente chinos
de la suerte. Bueno da igual, tu no los has conocido, eres muy pequeño. En fin,
que lo enseñó.
-Sí, es de mi hija, es de Bea- dijo una de las madres, le
temblaba la voz, estaba muy asustada. - tenemos que entrar, algo pasa ahí
dentro.
Y entonces, con los ojos cerrados, los cuatro padres
atravesaron la luz tan intensa mientras las profesoras se quedaron fuera con el
conserje y la directora, no es que fueran muy valientes, sabes hijo, al final
los padres somos los que arriesgamos nuestra vida por nuestros hijos, que no se
te olvide.
-Vale, mamá, que te despistas otra vez.
Perdón, perdón, ya sigo, pues como decía, atravesaron la
luz, y justo cuando terminaron de pasar, sintieron una paz enorme, y abrieron
los ojos, y los cuatro quedaron boquiabiertos.
No era el comedor del colegio, de repente sus pies pisaban
césped verde, del color más verde que jamás hubieran visto, y flores muchas
flores alrededor. Miraron hacia atrás, y no había puerta alguna. Se miraban
entre sí, extrañados.
- ¿Pero qué narices es esto? ¿Nos han drogado? -dijo el
padre, que no podía tener los ojos más abiertos.
-Mamá, papá, mamá- se oían gritos de repente.
Todos miraron y vieron venir a las cuatro niñas, corrían por
ese prado tan verde, no parecían disgustadas o asustadas, todo lo contrario,
parecían felices.
-Mama, has encontrado mi chino de la suerte, menos mal,
ahora podremos salir- dijo Bea abrazando su madre que aún sostenía con fuerza
ese colgante de madera en la mano.
- ¿Qué está pasando?, ¿qué es esto?, ¿es un sueño? -
preguntaba sin cesar otra madre, mientras abrazaba a su hija.
-Mama, la puerta de luz solo funciona con mi chino de la
suerte, y lo perdí al entrar, se quedó fuera, no podíamos volver sin él. Este
es nuestro escondite mágico, aquí solo hay paz, diversión, amor, nunca hace frío,
ni calor, hay seres encantados, gnomos, duendes, hadas. Solo que no se dejan
ver por adultos. Es fantástico que hayas podido verlo, si no, nunca me
creerías.
- ¿De verdad que no es un sueño? - Preguntó su madre a Bea,
la dueña del chino de madera de la suerte.
-No, mama, no es un sueño, es real, pero tenemos que volver,
los adultos no podéis estar aquí.
Volvió a abrazar a su hija, y de repente, se fijó que, en la
nuca, uno de sus mechones de pelo no era castaño, como el resto, era blanco.
- ¿Qué te ha pasado aquí? –preguntó su madre.
- Nada, es solo una pequeña consecuencia por el despiste, es
el precio que he pagado por no tener cuidado con el colgante y perder la
posibilidad de volver al desaparecer la puerta mágica.
Bea cogió el chino de madera con su mano, y las otras tres
niñas pusieron cada una su mano encima de la de Bea, cerraron los ojos y
pronunciaron estas palabras las cuatro a la vez:
“La puerta se abrirá, y mi magia no se irá, la puerta se
abrirá y mi magia no se irá, la puerta se abrirá y mi magia no se ira”
De repente, todos estaban en casa, cada niño con sus padres,
todos metidos en la cama, y cada uno, por separado, se despertó sobresaltado.
¡Menudo sueño! Pensaron todos.
- ¿Qué te parece hijo? ¿Crees que mañana en la función de
padres, te dejaré en buena posición?
- Bueno, sí, no está mal, pero, mama, quizá, no deberías llamar
a la niña protagonista con tu propio nombre, todos nos conocen, me da un poco
de vergüenza.
-Vale cariño, lo cambiaré.
- ¿Te has inventado este cuento tu sola?
-No todo es inventado hijo. Algunas cosas, son solo
recuerdos.
-Sí, claro- Dijo el niño incrédulo.
-Bueno, cada uno cree lo que desea creer, tu ahora duerme
que nos espera un día de nervios mañana.
-Mama, cuando hablas del chino de madera en el cuento, ¿Te
refieres a uno como ese? Dijo su hijo mientras señalaba la estantería, en la
cual se veía colgar de su esquina un colgante.
-Sí, justo como ese. Y ahora duérmete ya, se ha hecho muy
tarde. Te quiero cariño.
Oliver se fue a dormir, emocionado porque al día siguiente su
madre contaría un cuento en la fiesta de fin de curso, estaba nervioso, pero el
sueño le venció.
A la mañana siguiente, Oliver bajó las escaleras de dos en
dos, parecía ansioso por llegar a la cocina a desayunar, había llegado el gran
día.
Su madre estaba reluciente en el escenario, Oliver lo veía
todo desde bambalinas, escuchaba atentamente, su madre cambió el nombre de la
niña, pero todo lo demás lo hizo tal cual, no se le olvidó nada.
Cuando acabo, todo el público se puso en pie a aplaudir,
Oliver no podía estar más orgulloso, y en ese momento la vio recogerse el pelo,
probablemente por los nervios o por los focos, tendría calor, y se hizo una
coleta. Entonces lo vio, pudo distinguir perfectamente ese mechón blanco de
pelo justo en la nuca, no podía creerlo, y, sin más, su madre giró su rostro,
le miró, y le guiñó un ojo.
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